saga of a desperate southern gentleman

martes, mayo 20, 2008

El manual de mi mente

Paco Alcázar es otro de los nombres de la nueva independencia española -la surgida en la década de los noventa- a seguir. Curtido en mil fanzines y otras tantas revistas, ve al fin la luz una recopilación elegante y apropiada a su trazo ácido: El Manual de mi mente. El libro, publicado por Random House Mondadori, recopila gran parte de su obra desperdigada en distintas cabeceras a lo largo de los últimos diez años. Se incluye, además, material inédito que completan el volumen. No sólo de Daniel Clowes bebe Alcázar. En sus trazos y en su predilección por la escatología, se intuye a Ivan Brunetti, a Charles Burns y a Blanquet, pero también es capaz de acercarse al trazo sucio de Julie Doucet o Max Andersson (En Bolsas, págs. 132-133) y de rendir homenaje a Vázquez y al resto de artesanos de la escuela Bruguera (Buenas tardes, hoy es mi día de suerte, pág. 94; Don Soponcio y la Criatura de Estroncio, págs. 134-135). El tomo se abre con una introducción especial para la ocasión en la que Alcázar ya hace gala del humor negro que caracteriza su obra.

El primero de los tres bloques está dedicado a su colección de tiras Todo está perdido, de estética retro y escatología sangrante, que se va moderando a medida que avanza la historia y el autor abandona un poco la improvisación para intentar atar, con acierto y tino, semejante “potpurrí” salvaje. Así, a la primigenia y deslavazada familia Pérez se le irá uniendo toda una colección de freaks, entre los que destacará Jehová, la vagina parlante, y Héctor, el vecino deforme. Salvajismo puro, emparentado espiritualmente con el amable Miguel Ángel Martín.

La parte central del viaje recoge las tiras de Mecanismo Blanco, serie que publicó el autor en la ya extinta El Víbora. Seguiremos las desventuras del neurocirujano Lázaro, un nerd a la altura de los personajes más dementes de Peter Bagge, en la que se introduce un costumbrismo que enriquece las historias de Alcázar. Aparece el color y los lápices se asientan y nos dan muestra de la madurez y del estilo propio e inimitable de Alcázar. Risas aseguradas y atención a esos extraterrestres que habitan en la nariz de uno de los personajes secundarios.

Y llegamos a la parte final del libro, la más extensa en número de páginas. Bajo el epígrafe Bolsas de basura perfumadas, se compilan una serie de historias y dibujos varios aparecidos en distintas publicaciones. A destacar, su particular visión sobre el cotidiano apocalipsis del trabajo reflejado en la historieta Uno, descífrelo; el homenaje a esos artesanos que dibujaron nuestra infancia en Estación de Curva o en la jocosa Pura Matemática, irónica explicación sobre el cierre de El Víbora.

Esperemos que Random House Mondadori se atreva próximamente con un libro igual de bonito dedicado a Miguel B. Núñez, la otra mitad de Humbert Humbert, y padre, junto a Alcázar y Brieva -que ya cuentan con sus propias recopilaciones- del emblemático Recto.

Dinero

Dinero, s. Bien que no nos sirve de nada hasta que nos separamos de él. Indicio de cultura y pasaporte para una sociedad elegante. Posesión soportable. (Diccionario del Diablo, Ambrose Bierce).
Dinero, s. Lo que todos perseguimos sin desearlo. Cuando algo se llena de dinero, se vacía de contenido, y cuánto más vacío está de contenido, más dinero cabe en su interior. (Enciclopedia Universal Clismón, Miguel Brieva).


Dos definiciones contrapuestas en valores, hermanas en espíritu crítico. A Brieva y a Bierce les separa más de un siglo, pero les une la capacidad que tienen ambos para desenmarañar la sociedad en la que viven, publicitar lo que esconden e invitar con ello a la reflexión sin prescindir del humor negro. El primero es hijo del capitalismo financiero, de una sociedad en decadencia, de un imperio que se desmorona. El segundo estaba en un mundo de pioneros, rodeado de ismos, aún en insipiencia, emergiendo a un nuevo mundo de ciencia, tecnología y capital.
Mondadori acaba de recopilar los cinco números de la imprescindible Dinero, revista coeditada por Miguel Brieva y Doble Dosis entre 2001 y 2005. En sus páginas abunda la reflexión ácida sobre las paradojas del sistema consumista en el que vivimos. Sus viñetas humorísticas son de doble filo; por un lado está la carcajada, por el otro el pánico a este monstruo capitalista que nos envuelve. Mensajes críticos que abundan, pero lúcidos como los del ilustrador sevillano, son escasos. Brieva ya publicó el año pasado la imprescindible Enciclopedia Universal Clismón (Mondadori, 2007), nominada, e injustamente no premiada, a mejor obra en el último Saló del Cómic de Barcelona. El dibujante, emparentado conceptualmente con ese maestro llamado El Roto, practica una suerte de anti-publicidad. Usa los resortes de los mensajes comerciales para pervertir su discurso consumista y dejar en evidencia los engranajes del sistema. Y todo ello con una facilidad pasmosa, al alcance de pocos.
La obra de Brieva circula por un camino distinto al del resto de sus colegas de profesión y compañeros de generación. Ni Alcázar, ni Miguel B. Núñez, ambos de solvencia contrastada, llegan al nivel de profundidad filosófica del andaluz. Las viñetas de Dinero beben tanto de los escritos de Agustín García Calvo como de los anuncios de Persil. Su estilo gráfico entronca con la publicidad y el estilo de vida estadounidense que el imaginario colectivo tiene de los años cincuenta y sesenta. Esto acentúa más las contradicciones que él expone sobre el papel.


Aunque sea una recopilación de material previamente publicado, el tomo de Mondadori es uno de esos títulos de cabecera que no puede faltar en su mesita de noche. Esperemos, por el bien de todos, que el mensaje de Brieva trascienda nuestras fronteras y llegue allende.

Concluyo esta breve reseña con unas palabras del autor realizadas durante una conversación con Javier Sebastián: “(…) tarde o temprano habrá que renunciar, porque, al margen de su cuestionable utilidad, estos juguetitos con los que se alimenta incesantemente el consumo tienen un precio ecológico y humano excesivamente elevado. Otra cosa sería que verdaderamente deseemos la autodestrucción, que es algo que a estas alturas ya no se puede descartar del todo. Como decía una tía abuela mía: “Si hemos de ir al infierno, ¡vayamos en coche!”.

miércoles, mayo 07, 2008

Conejo de viaje

Ricardo Liniers es argentino, como Fontanarrosa, Quino y Maitena y dibuja una tira que se llama Macanudo y es macanuda. Para los que no conozcan aún las pequeñas historias de Liniers, busquemos el significado de Macanudo. En la web encontramos una explicación etimológica de la palabra. Cito textualmente: “Dicen que un emigrante escocés, de apellido McCanna, instaló un bar en Buenos Aires. El bar fue muy popular por las fantásticas historias que contaba McCanna. Estas historias tenían tanta fama que, en Argentina, la palabra macana quiere decir exageración o mentira. De macana derivaría macanudo, como sinónimo de magnífico o estupendo”. Es más que probable que no sea cierta, pero le viene como anillo al dedo a la creación del argentino.

Liniers no sólo bebe de sus paisanos argentinos, también se nutre de clásicos de la tira diaria como Bill Watterson, George Herriman, Charles Schulz o Gary Larson. Sus personajes, de aire naïf, transmiten una visión del mundo lejana a clichés y subversiva en su candidez e ingenuidad.

En nuestro país podemos seguir las aventuras de Madariaga y el resto de personajes de Macanudo en El Periódico y en los tomos recopilatorios que publica Mondadori. Hasta el momento, van dos y esperemos que lleguen más, muchos más. También se pueden seguir las tiras de Liniers a través de su página personal.

Pero como tantos otros colegas de profesión, el argentino se apunta al género de los carnés de viaje. En este Conejo de Viaje seguiremos al dibujante por un sinfín de paradas alrededor del mundo en el que nos hará partícipes de su cotidianidad, encuentros y desencuentros varios. Berlín, Barcelona, Canadá o el Polo Sur son algunos de los escenarios apenas esbozados y coloreados por Liniers. Y sí, el resultado, en su intimidad, se lee con agrado y nos presenta a ese trabajador que se esconde tras las viñetas de Macanudo.

Hay otros carnés de mayor enjundia en el mercado como el de Craig Thompson (Cuaderno de Viaje) o el de Miguel Gallardo (Tres Viajes: Tel Aviv, Buenos Aires, Turín). Sin embargo, los incondicionales de Liniers harán bien en atesorar este modesto cuaderno primorosamente editado por Mondadori. Una lectura pequeña, pero entrañable.

Petrus Barbygere

Lewis Trondheim, Joann Sfar y Christophe Blain son los buques insignia de la generación de autores independientes surgidos al calor del colectivo L’Association a mediados de la década de los noventa. Autores que se han caracterizado por mezclar multitud de géneros y alterarlos, y por una frenética actividad productiva que los emparenta con los autores nipones del manga. A lo largo de dos décadas su producción ha sido más vasta que la de autores que llevan toda una vida dibujando. Son hoy ya autores consagrados, pero que mantienen el espíritu joven y subversivo típico de los fanzines. A ellos se han sumado otros nombres, no menos ilustres, como Manu Larcenet, David B., Emmanuel Guibert, Frederik Peeters, Marjane Satrapi, Badouin, Guy Delisle o Blutch.

Creadores, todos ellos, surgidos de la escena independiente todos ellos han renovado el mundo del cómic mundial en las dos últimas décadas. Beben tanto de los pioneros de la historieta, como de los clásicos y de los iconos del underground. Sienten especial predilección por la literatura juvenil clásica. Por suerte, las editoriales españolas han apostado fuerte por ellos y son muchos los títulos ya publicados en nuestro país. Pero una producción ingente como la de estos señores siempre depara nuevas sorpresas.

Petrus Barbygere, con guión de Pierre Dubois y dibujos de Sfar, es una de esas obras. Puede parecer, en principio, un divertimento, perfectamente ejecutado, con el que los autores se foguean entre obras de mayor supuesto artístico, no obstante no es una obra personal de Sfarr como lo pueden parecer Pascin o Klezmer. Aunque lo cierto es, que con Sfar la barrera entre lo más personal y las obras más genéricas se difumina bastante.

Antes de entrar en la historia, hay un momento que ilustra perfectamente esa perversión de géneros que subyace en todas las obras de Sfar. Esa barrera invisible entre la intrascendencia bien ejecutada y la reflexión que le caracteriza. “Las palabras son las estrellas de las cosas (…). Temo que llegue el día en que los dirigentes del asfalto les corten las alas para poder introducirles dentro de máquinas sin sueños”, sentencia el protagonista, dándoles sus autores una doble lectura a esta obra para niños ya crecidos. Un alegato a favor de la literatura romántica y de aventuras, tanto de ficción como generadora de realidad, una soflama en contra de la inútil división entre mythos y pathos. Entroncan así, sin quererlo, con el gran bardo Alan Moore, quien jugó con los mismos elementos en sus series para la editorial American Best Comics, para conjurar un mismo discurso. La apología de la imaginación. El poder de la palabra, donde empieza la realidad y acaba la literatura. Moore lo dejó bien claro en Promethea y La Liga de los Caballeros Extraordinarios. Sfar y Dubois hacen lo propio en Petrus Barbygere.

¿La historia? Pues Petrus es un elficólogo, un naturalista en un mundo de magia, pero también es un vividor, un aventurero y un hombre de honor. Vive en su castillo con sus tres hijas, todas ellas medio elfo, medio humanas. A pedirle ayuda acude un elfo azulado, que resulta ser un fión, a quien persiguen un grupo de piratas que quieren dominar el mundo de la magia. A partir de allí, nuestro héroe se embarca en una aventura llena de ironía y humor. Las referencias a novelas desde Stevenson, a Poe, Lovecraft, Tolkien, Shakespeare e, incluso, a las películas de la Hammer se suceden constantemente. Petrus se aliará con el Holandés Errante y el chef Gerine y, juntos, lucharán contra criaturas mágicas descomunales. Desde el Kraken, que durante siglos atemorizó a marineros de todo el mundo, hasta Dagón, monstruo lovecraftiano. También encontramos numerosas referencias desde El Fantasma de la Ópera a Frankeinstein, en este divertidísimo título dirigido a niños ya crecidos en años. Prima el humor y guiños a otras series del autor como Profesor Bell o al personaje de Tardi, la investigadora Adele Blanc-Sec.

Finalmente, destacar el especial esmero de Sfar con los lápices, abandonando ese estilo más cercano al boceto y recreándose en un color acuarelado muy efectivo. No pierdan de vista esos terroríficos rojos encarnados en las cuatro páginas dedicadas al malísimo Capitán Scarlett.

Saber Perder

Reparar en la trayectoria de David Trueba es sentir un poco de vértigo. El menor de los hermanos Trueba, codirigió el mítico El Peor Programa de la Semana, participó en el guión de las películas Los peores años de nuestra vida, Two much o Amo tu cama rica, entre otras, antes de iniciar una carrera como director, que cuenta con títulos tan destacables como La buena vida, Soldados de Salamina o el documental La silla de Fernando, documental sobre la irrepetible figura de Fernando Fernán Gómez en forma de diálogo a cámara.

Trueba recoge, con asombrosa naturalidad, el testigo de maestros como Rafael Azcona, Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville, Luis García Berlanga, Fernando Fernán Gómez, o, más allá de nuestras fronteras, Billy Wilder y Woody Allen, demostrando una crítica mordaz de la sociedad y un humor negro, negrísimo y extremadamente inteligente, para mezclarlo con una justa dosis de ternura en sus personajes, y retratar con exactitud el mundo “real”.

Ya en su lejana primera novela, Abierto toda la noche (Anagrama, 1995) -Ambrose Bierce dixit: “el hogar es el único local abierto toda la noche”-, Trueba homenajeaba el humor de Azcona, Neville y Jardiel. El resultado fue una descacharrante novela en la que seguimos las peripecias de los miembros de la familia Belitre, y en la que el autor combinó un ritmo cinematográfico endiablado con unas dosis de carcajadas sardónicas abundantes, y un tono amargo que transitaba todo el texto en un segundo plano. Era un homenaje a una época que ya no volverá. Un mundo duro pero al mismo tiempo más inocente.

En Cuatro Amigos (Anagrama, 1999) siguió recurriendo a la comedia y a su innata agilidad narrativa para plasmar el paso de la juventud a la madurez de un grupo de amigos. El poso amargo era, en este caso, más acentuado. Los personajes de Trueba ya no rememoraban un mundo aún ingenuo en sus ideales, sino que al vivir en una sociedad poscapitalista, la ausencia de esperanza no daba lugar a utopía alguna.

No obstante, en Saber Perder (Anagrama, 2008), su ultima novela, el autor apuesta por un tempo más pausado, con una estructura precisa, en la que quepa la reflexión necesaria que piden sus personajes. Abandona el ritmo más cinematográfico, recurre a un punto de vista omnisciente, juega con maestría en los diálogos y nos regala una novela de madurez.

Sylvia es una adolescente de 16 años que empieza a vivir su sexualidad adolescente. Mientras, que su padre Lorenzo ve como su mundo se derrumba tras perder a su mujer y su trabajo, al mismo tiempo, la abuela Aurora se enfrenta a un cáncer terminal. Por otro lado, Leandro, marido de Aurora y abuelo de Sylvia, tras una vida gris y rutinaria vivirá un catastrófico arrebato pasional que le llevará a la ruina económica y emocional en los estertores de su existencia. Por último, Ariel, un prometedor lateral argentino que llega a Madrid para triunfar en el inmisericorde mundo del fútbol, vivirá bajo la presión permanente del espectáculo del balón.

Éstos son los cuatro personajes principales de la tercera novela de Trueba. Un poso de resignación recorre a todos ellos, excepto a Sylvia, nexo de unión del relato. Su juventud y su falta de experiencia o acumulación de amarguras le impiden rendirse o dejarse llevar por el pesimismo y el conformismo. La prosa de Trueba aúna dos cualidades imprescindibles: sencillez y concisión. En sus novelas nada sobra y nada falta, puede que fruto de su bagaje como periodista. Su estilo te arrastra sin violencia, de una manera pausada pero de forma incansable, consiguiendo que la propia historia sea la que te engulla, y atrape, como es el caso de esta novela.

Saber perder es mucho más importante que triunfar. Trueba sumerge a sus personajes en un seguido de desdichas comunes para mostrar las miserias de personajes cotidianos con vidas ordinarias. Miserias imprescindibles para una experiencia vital completa, con renuncias, fracasos, derrumbes, caídas, y ajustes de cuentas a final de recorrido. Miserias sin las cuales, no aprenderíamos el valor de las cosas y de la vida. Miserias que no sólo dejan cicatrices en nuestras almas, sino que si las aceptamos, nos hacen más fuertes y grandes.

Con envidiable dominio, Trueba recrea jergas futbolísticas –excelente retrato del mundo del deporte rey- y simula giros idiomáticos empleados por distintos inmigrantes que aparecen en la historia. La estructura de la novela, de tono coral con su estructura en cortos capítulos en los que se salta de un personaje a otro, juega con analepsis a través de las cuales revisa los mismos hechos desde distintos puntos de vista. Conmovedoras historias sobre la enfermedad, la condición del inmigrante y las ilusiones perdidas. Novela en la que Trueba, incluso, dominador de todos los resortes, se permite incluir un crimen para profundizar en la comedia negra.

Una de las novelas del año, de lectura ágil, que engancha al lector y que le invita, casi sin darse cuenta, a seguir con fruición a sus cuatro protagonistas hasta un final en el que la sonrisa de Sylvia se esboza mucho más madura y con esas primeras heridas vitales, que nos dejan esa sensación tan amarga que es la felicidad de sentirse vivo. Esperemos que Trueba no tarde nueve años para escribir su siguiente novela.

Kiki de Montparnasse

A principios de siglo XX hubo una reina en el parisino barrio de Montparnasse. Kiki, nacida Alice Prin, posó, amó, comió y bebió con algunos de los grandes nombres del arte moderno. Una lista que provoca vértigo: Pablo Picasso, Man Ray, Amedeo Modigliani, Tristan Tzara, Jean Cocteau, Marcel Duchamp, André Breton o Lee Miller, entre otros. Sin duda, su vida volcada en la bohemia, rompió moldes y causaría escándalo en la sociedad de la época. Ella vivió al margen de normas sociales, libre de ataduras de género, libre entre un puñado de libertinos, una puta para el resto de mortales y congéneres ajenos a las vanguardias artísticas que hervían en el París de aquellos tiempos. La materia prima de la que parten Catel Muller y José-Louis Bouquet es, por tanto, sugerente y generadora de expectativas.

El género de la biografía en el mundo del cómic ha aportado grandes obras en los últimos años. Uno de los ejemplos más significativos, sin duda, es el relato sobre la vida de Tina Modotti dibujada y escrita por Ángel de la Calle. Título en que la vida de la fotógrafa y el autor se entremezclan en un doble discurso de calidad contrastada. Una referencia que aparece, inevitablemente, al sostener el bello volumen editado por Sin Sentido sobre la vida de Kiki de Montparnasse. Edición primorosa y cuidada al detalle que invita a la adquisición del libro de casi 400 páginas.

No podemos, empero, valorar de igual modo el grueso del contenido. Catel Muller se ha dedicado durante años a ilustrar libros infantiles y a colaboraciones en distintas revistas. Como autora de cómics saltó a la palestra en el festival del Cómic de Angoulème de 2005, donde recibió el gran premio del Público por “Le Sang des Valentones”. Esta biografía es su segunda incursión en el mundo de la narración gráfica. Su trabajo no es para nada desdeñable, aunque a veces peque de un dibujo endeble, demasiado deudor de la narrativa dirigida a un público más infantil. No hay grandes alardes narrativos y si mucho oficio. Funcional aunque para nada espectacular o rompedor de moldes.

Pero es, sin duda, el trabajo del guionista José-Louis Bocquet, el que lleva la historia por un camino de capítulos y anécdotas inconexas de la vida de la musa de las vanguardias que, en su conjunto, dejan una sensación en el lector de “quiero y no puedo”. Tenemos una historia, en principio, que se antoja rica en detalles y lecturas que se adentran en la personalidad de una mujer adelantada a su tiempo por sus ansias de libertad personal, por su moral desinhibida y sin prejuicios, pero nos encontramos con una narración plana, propia de las superproducciones cinematográficas europeas en las que el exceso de intereses lleva implícito el fracaso del film. Demasiada carne para el asador. Bocquet es periodista, crítico literario, autor y guionista de cómic. Kiki de Montparnasse es su primera novela gráfica, pero ya colaboró en varia biografías como las de Hergé, Clouzot o Goscinny. No es que sea una obra desdeñable, pero se adentra en una tierra de nadie, donde el buen trabajo de ambos autores no desemboca en una obra de altura, ni en una lectura con capacidad de perdurar en el paladar del lector.

Los distintos episodios que se nos narran, la infancia de Kiki, sus duros inicios en París, sus primeros contactos con la bohemia, la explosión de su carácter desinhibido, su relación amorosa a lo largo de los años con Man Ray, su decrepitud y su muerte en la miseria y el olvido, no consiguen conectar con el lector. Están bien narrados, pero no logran empatizar. No nos adentran en el mundo de Kiki, somos incapaces de sentir por ella cualquier tipo de sentimiento. Impregna la obra un tono didáctico, de clase de historia, que impide que nos adentremos en el mundo de la reina de Montparnasse. A ello contribuye además una narración cronológica con ciertos anárquicos saltos de tiempo. Abundantes vacíos, cuyos motivos no se explican al lector y son responsables de un poso o sensación de narración, en parte fallida.

El voluminoso tomo nos aporta datos y muchos nombres, biografías complementarias de los distintos artistas que aparecen en la narración y una cronología detallada de la vida de Kiki. Apéndices y anexos que se agradecen. Lástima que nos encontremos ante una narración que no llena las grandes expectativas que despierta esa portada con “Le violon d’Ingres” y no podamos revivir y vibrar con París, cuando era una fiesta. Una lectura interesante, formalmente sobresaliente, que nos deja entrever lo que pudo haber sido y no fue.

Buda explotó por vergüenza

Hana Makhmalbaf, de tan sólo 19 años, es la última de una saga de cineastas iraníes que entra en el mundo del cine con una película premiada en el último festival de San Sebastián y que sobresale de otras operas primas mucho más anunciadas y premiadas. Fiel al discurso cinematográfico de su padre y de Abbas Kiarostami, Makhmalbaf nos cuenta una historia mínima protagonizada por niños que pone en evidencia las crueldades de un mundo adulto injusto y violento, marcado por la guerra y la intransigencia. Todo ello con los mínimos detalles posibles y una sencillez narrativa ejemplar.

La protagonista es la extraordinaria niña de seis años, Nikbakth Noruz. Vive en una cueva cuidando de su hermano pequeño mientras su madre se encarga de las tareas del hogar. Al ver leer y escribir a su vecino, decide que ella también quiere ir a la escuela. Para ello necesita un cuaderno y un lápiz que conseguirá con el dinero que obtendrá de la venta de cuatro huevos en el mercado. Una odisea mínima en la que contemplaremos como la intolerancia, la violencia y la crueldad del mundo de los mayores encuentra su resonancia en las actitudes y juegos infantiles. Una transposición del mundo adulto que podemos observar en otras películas como El globo blanco (1995) del iraní Jafar Panahi o en La guerra de los botones (1962) de Yves Robert.

En su periplo para poder llegar a la escuela, la pequeña Baktay será atacada por niños que juegan a ser soldados estadounidenses, por otros que juegan a ser talibanes y que la harán prisionera, la obligarán a taparse y la someterán a una simulada, aunque no por ello menos cruel, lapidación. Cuando finalmente llegue a la escuela femenina con un pecaminoso pintalabios en lugar de un lápiz, no sólo causará curiosidad en las alumnas, sino que se verá enfrentada a las estrictas interpretaciones islámicas a las que las mujeres se ven sometidas socialmente. La ausencia impuesta del maquillaje hará que los ojos aún ingenuos de esta niña miren con incomprensión la reprimenda de la profesora por un simple gesto inocente. Un relato eficaz a pesar de cierta redundancia de algunas de las escenas que estiran el metraje de la película innecesariamente.

Partiendo de la anécdota y con una excelente dirección de actores –todos ellos niños-, un correcto uso del primer plano y una puesta en escena concisa, la joven Makhmalbaf denuncia de forma magistral la situación de la mujer y de los niños en ese Afganistán ya olvidado por el mundo occidental, país que sigue inmerso en una degradación económica, cultural y social vergonzosa tras casi treinta años de guerra, miseria e ignorancia. Degradación ilustrada en el título y en los restos del Buda gigante que dinamitó el régimen talibán y que contemplan silenciosos las andanzas de la protagonista. Cine de denuncia que conmueve no sólo por su belleza estética sino por su discurso sencillo y cotidiano. Una buena película para una debutante con futuro.

Desocupado


El nuevo álbum de Lewis Trondheim nos enfrenta al autor francés ante una crisis aguda de creatividad. Después de catorce años consecutivos de actividad frenética, tras un parón de 80 días, el dibujante y guionista se encuentra con dificultades para retomar su trabajo. Infatigable, aprovechará esta crisis para realizar una reflexión sobre el proceso creativo, los resortes que mantienen el equilibrio y la calidad necesaria de toda carrera artística. La plenitud del creador. En esta reflexión, Trondheim no estará sólo ante el lector. Investigará el tema, hablando con compañeros de oficio como Charles Berberian, Frank Margerin, Joann Sfar, Christophe Blain, Guy Delisle o autores consagrados como Moebius, Gotlib y Art Spiegelman, debatiendo sobre figuras como Hergé, Uderzo, Fred o Franquin y cómo evolucionó su obra.

Trondheim ya tiene 40 años, lleva prácticamente media vida creando y labrándose un nombre. Es un artista consagrado que dedica gran parte de su tiempo a viajar de un lugar a otro para recoger premios y asistir a homenajes o actos de presentación de sus obras. De repente se encuentra con un parón de más de meses que le lleva a pensar que igual perdió la inspiración por el desagüe. El autor afincado en Montpellier duda entre la actividad frenética como mejor manera de invocar a las musas o, por el contrario, espaciar su trabajo para no quemarse y centrarse en trabajos más espaciados. Aprovechará para jugar con una composición de página libre, para llevar un libro de viaje tanto en un plano físico como mental, para jugar con elementos distintos, sean cartas, bocetos naturalistas o de paisajes y entornos, y sobre todo, humor antropomórfico para desactivar cierta gravedad de discurso innecesaria.

Paradoja la de Trondheim, que de la crisis creativa se saca un ensayo notable y de referencia obligada. Iniciará un diálogo con compañeros, lectores imaginados, creaciones suyas en un derroche intertextualidad y metadiscurso que arrolla al lector. Una lectura que nos sitúa al pato creador diez años después de su otra obra autobiográfica de referencia, Mis Circunstancias (Astiberri), en plena forma -¿alguna vez no lo ha estado?- a pesar de sus dudas. A base de trabajo, explotando esos miedos, extrae el galo una reflexión juiciosa.

La edición de Astiberri es impecable, como acostumbra la editorial bilbaína. Traducción correctísima, rotulación cuidada y cuidado hasta el último detalle. Una de las obras imprescindibles de Trondheim y recomendable para cualquier amante del cómic.

Crónicas Berlinesas


Toda ciudad necesita su literatura. Y aún más importante, toda metrópolis aumenta su caché con un cronista que la humanice. Berlín podemos considerarla, no sólo por razones históricas, como la ciudad europea por excelencia. La vida cosmopolita, la sensación de estar perdiéndose algo, se respira desde los mercados dominicales de Prenzlauerberg hasta los aires ácratas de Kreuzberg. Ni en el caos londinense, ni entre el chic parisino, ni mucho menos en el escaparate temático barcelonés, tiene uno la sensación de estar en una verdadera metrópoli con una vida transversal y subterránea, invisible para el no iniciado, como en Berlín. Otros escritores han descrito con acierto la convulsión de la capital alemana a principios de siglo (sin ir más lejos, Alfred Döblin y su Alexander Platz y la posterior adaptación televisiva a cargo de Rainer Werner Fassbinder), pero las Crónicas Berlinesas de Joseph Roth son un ejemplo de retrato capaz de captar ejemplarmente la convulsión de una ciudad como ente en perpetua mutación. Editorial Minúscula recopila artículos del escritor de origen austriaco para distintos rotativos durante los años veinte y principios de los treinta, hasta que tuvo que exiliarse, tras el triunfo en las urnas del nazismo.

La relación entre literatura y periodismo ha ido íntimamente unida desde los inicios de la prensa. Su relación simbiótica se inició a mediados del siglo diecinueve con la publicación de folletines o novelas por entregas. A lo largo del pasado siglo muchos de los grandes nombres de la literatura, sobre todo anglosajona, han cultivado el periodismo con acierto. La permeabilidad entre un mundo y otro ha aportado innovación, riesgo y nuevos caminos a ambos mundos. Escritores criados en el periodismo han abierto nuevos caminos, y periodistas curtidos en mil noticias han aportado su método de trabajo para dotar de realidad a la novela actual. Este libro es un excelente ejemplo de esta relación simbiótica entre periodismo y literatura.

Un conjunto de crónicas agrupadas de forma sui generis temáticamente y en la que se cuela la vida por doquier entre líneas. El periodismo de Roth es especialmente evocativo en sus imágenes y poético en sus escenas. Cualquier acto intrascendente cobra especial relevancia vital durante la lectura. Un buen observador de pluma afilada se convierte en un magnífico cirujano capaz de adentrarse en la convulsión de la sociedad de principios de siglo con precisión, siendo capaz de encontrar el grano en un mar de paja con una facilidad pasmosa.

Como en toda recopilación de artículos, los altibajos son inevitables, pero el nivel general de la selección roza la excelencia. Empieza el libro con un texto, Paseo, de evocación sublime. Roth convierte un vagabundeo callejero en retrato social de altura. Una reflexión sobre la revolución maquinicista, la lógica industrial y el sometimiento del entorno natural al que pertenece el hombre. Pero Roth no desprecia las innovaciones tecnológicas, participa de la maravilla de sus conciudadanos con los rascacielos que asoman en el horizonte aunque tampoco duda en arremeter contra la conversión del ocio en una industria deshumanizada en búsqueda del beneficio. Temor compartido con los miembros de la Escuela de Frankfurt. “Es como si la fuerza bruta que en la actualidad crea y transforma la materia casi a partir de la nada se apoderara también de las facultades del alma y sacara provecho de la tendencia innata y de la necesidad de divertirse que tiene el ser humano”, vaticina ya en los felices años veinte el señor Roth.

Además de paisajes y transformaciones de la metrópoli, acude al rescate de los olvidados a través del ir y venir de la gran urbe, los caídos en la desgracia anónima de los callejones oscuros y los peligros de la ciudad. Los parias a los que dignifica en su pobreza. El propio escritor acabaría él mismo años después muriendo en la miseria más absoluta y totalmente alcoholizado –Roth recogió su relación con la bebida en la leyenda del Santo Bebedor (Anagrama, 1981)-, en un exilio impuesto por el nazismo.

Y es en los artículos escritos sobre la comunidad judía donde uno encuentra algunos de los párrafos más reveladores. Cuando explicita su crítica rotunda a las posturas más belicistas del sionismo parece que este hablando de la situación actual en Oriente Próximo. Roth aboga por el errar del pueblo judío a lo largo de toda su historia, reivindica el carácter supranacional de su pueblo como expresión de lo que serán las naciones en el futuro y reniega de los que intentan retomar “las formas más burdas de la nacionalidad: el Estado, las guerras, las conquistas, las derrotas”. Al fin y al cabo, como concluye desde su exilio parisino para denunciar la caverna nacionalsocialista, Roth recuerda una vez más que “los judíos han descubierto y pintado el paisaje de la ciudad y el paisaje anímico del ciudadano. Han desvelado toda la complejidad de la civilización urbana”. Un libro seminal para cualquier estudiante de periodismo y una lectura de sorbos cortos y aromas intensos. La edición a cargo de Minúscula, cuidada al detalle. Acompañan los artículos de Roth interesantes documentos gráficos del Berlín de la época. La traducción, impecable. Libro muy recomendable.

Ángeles Rebeldes


“La civilización se apoya en dos pilares:
el descubrimiento de que la fermentación produce alcohol
y la adquisición de la capacidad de inhibir la deyección”
Robertson Davies,
Ángeles Rebeldes


Hay momentos que quedan grabados a fuego en la mente de un lector. Sin duda, la lectura de la trilogía de Deptford, del canadiense Robertson Davies, formada por El quinto en discordia (premi llibreter 2006), Mantícora y El mundo de los prodigios, y publicada con gran acierto y tino por la editorial Libros del Asteroide, es uno de esos instantes en que uno desea quedarse ahí, congelado eternamente, en una lectura interminable de las novelas y entrar a vivir en el mundo inventado por este maestro de las letras del siglo XX. Davies engarza tramas con una facilidad pasmosa y te lleva del mundo del ilusionismo a la Primera Gran Guerra, para saltar a la psicología junguiana, la hagiografía, y radiografiar luego las bambalinas del mundo del cine bergmanniano. Todo ello aderezado con crímenes, diálogos centelleantes y sumamente estimulantes, sarcasmo a raudales, una capacidad para recrear situaciones endiablada y un ritmo pasmoso que petrifica al lector, lo deja embelesado y absorbido, para llevarlo de la mano a un mundo de maravillas que esperaban ser fabuladas en todo su esplendor.

Davies es el autor de best sellers que se merece un mundo justo y no ese puñado de catedrales y pilares y códigos disparatados que apagan cualquier chispa de inteligencia y aburren soberanamente a cualquier mente mínimamente inquieta. Lo sea o no, no depende de esta modesta reseña, centrada en celebrar la publicación del primer volumen de la nueva trilogía del canadiense que nos regala Libros del Asteroide –de nuevo, debo darles las gracias-. Ángeles rebeldes, primer volumen de la trilogía de Cornish.

Davies abandona el mundo en decadencia, mágico y violento de Deptford, por la vida académica de la Universidad. No abandonará, sin embargo, su agudeza, ironía y verbigracia que le caracteriza. Hay que estar preparado, pues, para un nuevo carrusel de temas y tramas, escritas con la elegancia del maestro. Aprovecho en este punto para felicitar la excelente labor de la traductora Concha Cardeñoso, que habrá sufrido lo suyo, pero mucho me temo, habrá disfrutado con creces del reto de traspasar la prosa de Davies al castellano.

Estamos a mediados de la década de los setenta en Canadá; un nuevo curso comienza en la Universidad de San Juan y el Espíritu Santo, conocida como La Entelequia. Sin embargo, la vida del campus se ve alterada por dos sucesos. El retorno del malvado, genial y sodomita hijo pródigo John Parlabane; y el deceso de Francis Cornish, miembro de la comunidad académica y gran coleccionista de arte, que ha dejado un importante legado a La Entelequia. Los albaceas que deben administrarlo son tres profesores: Clement Hollier, atractivo y ensimismado investigador de entelequias culturales; Simon Darcourt, simpático sacerdote, profesor de griego neotestamentario; y el sátiro y viperino Urquhart McVarish, especialista en Renacimiento, siempre dispuesto a glosar las glorias de sus antepasados y a vilipendiar a sus compañeros. En el centro de este peculiar triángulo se halla María Magdalena Theotoky, hermosa doctoranda, cuya tesis doctoral versa sobre Rabelais y a quién su director de tesis, Hollier, ha prometido un enigmático manuscrito que encumbrará su carrera académica.

Sin embargo, este nudo gordiano no esconde el único intríngulis de la historia. Davies usará los pocos escrúpulos de los profesores que pueblan La Entelequia para adentrarse en un mundo rico plagado de flirteos amorosos, despiadadas perversiones, egoístas deseos, tradiciones romaníes, secretos luthiers, alquimias antiguas y otras modernas más prosaicas, regadas con las protestas estudiantiles fallidas de la época, víctimas de la afilada pluma de Robertson Davies. No faltará, tampoco, un asesinato que tanto gustan al canadiense, resuelto en un estilo cercano al espíritu de La huella de Joseph L. Mankiewicz, en una novela magnífica.

Leer a Davies es más que un placer, es deleitarse con la literatura en mayúsculas. No descubrir al canadiense es como negarse el cine de Alfred Hitchcock y Orson Welles, ambos muy presentes en la prosa davisiana, un castigo innecesario. Eterna gratitud a Libros del Asteroide por sacar del anonimato en nuestro país a este enorme novelista.