saga of a desperate southern gentleman

miércoles, mayo 07, 2008

Saber Perder

Reparar en la trayectoria de David Trueba es sentir un poco de vértigo. El menor de los hermanos Trueba, codirigió el mítico El Peor Programa de la Semana, participó en el guión de las películas Los peores años de nuestra vida, Two much o Amo tu cama rica, entre otras, antes de iniciar una carrera como director, que cuenta con títulos tan destacables como La buena vida, Soldados de Salamina o el documental La silla de Fernando, documental sobre la irrepetible figura de Fernando Fernán Gómez en forma de diálogo a cámara.

Trueba recoge, con asombrosa naturalidad, el testigo de maestros como Rafael Azcona, Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville, Luis García Berlanga, Fernando Fernán Gómez, o, más allá de nuestras fronteras, Billy Wilder y Woody Allen, demostrando una crítica mordaz de la sociedad y un humor negro, negrísimo y extremadamente inteligente, para mezclarlo con una justa dosis de ternura en sus personajes, y retratar con exactitud el mundo “real”.

Ya en su lejana primera novela, Abierto toda la noche (Anagrama, 1995) -Ambrose Bierce dixit: “el hogar es el único local abierto toda la noche”-, Trueba homenajeaba el humor de Azcona, Neville y Jardiel. El resultado fue una descacharrante novela en la que seguimos las peripecias de los miembros de la familia Belitre, y en la que el autor combinó un ritmo cinematográfico endiablado con unas dosis de carcajadas sardónicas abundantes, y un tono amargo que transitaba todo el texto en un segundo plano. Era un homenaje a una época que ya no volverá. Un mundo duro pero al mismo tiempo más inocente.

En Cuatro Amigos (Anagrama, 1999) siguió recurriendo a la comedia y a su innata agilidad narrativa para plasmar el paso de la juventud a la madurez de un grupo de amigos. El poso amargo era, en este caso, más acentuado. Los personajes de Trueba ya no rememoraban un mundo aún ingenuo en sus ideales, sino que al vivir en una sociedad poscapitalista, la ausencia de esperanza no daba lugar a utopía alguna.

No obstante, en Saber Perder (Anagrama, 2008), su ultima novela, el autor apuesta por un tempo más pausado, con una estructura precisa, en la que quepa la reflexión necesaria que piden sus personajes. Abandona el ritmo más cinematográfico, recurre a un punto de vista omnisciente, juega con maestría en los diálogos y nos regala una novela de madurez.

Sylvia es una adolescente de 16 años que empieza a vivir su sexualidad adolescente. Mientras, que su padre Lorenzo ve como su mundo se derrumba tras perder a su mujer y su trabajo, al mismo tiempo, la abuela Aurora se enfrenta a un cáncer terminal. Por otro lado, Leandro, marido de Aurora y abuelo de Sylvia, tras una vida gris y rutinaria vivirá un catastrófico arrebato pasional que le llevará a la ruina económica y emocional en los estertores de su existencia. Por último, Ariel, un prometedor lateral argentino que llega a Madrid para triunfar en el inmisericorde mundo del fútbol, vivirá bajo la presión permanente del espectáculo del balón.

Éstos son los cuatro personajes principales de la tercera novela de Trueba. Un poso de resignación recorre a todos ellos, excepto a Sylvia, nexo de unión del relato. Su juventud y su falta de experiencia o acumulación de amarguras le impiden rendirse o dejarse llevar por el pesimismo y el conformismo. La prosa de Trueba aúna dos cualidades imprescindibles: sencillez y concisión. En sus novelas nada sobra y nada falta, puede que fruto de su bagaje como periodista. Su estilo te arrastra sin violencia, de una manera pausada pero de forma incansable, consiguiendo que la propia historia sea la que te engulla, y atrape, como es el caso de esta novela.

Saber perder es mucho más importante que triunfar. Trueba sumerge a sus personajes en un seguido de desdichas comunes para mostrar las miserias de personajes cotidianos con vidas ordinarias. Miserias imprescindibles para una experiencia vital completa, con renuncias, fracasos, derrumbes, caídas, y ajustes de cuentas a final de recorrido. Miserias sin las cuales, no aprenderíamos el valor de las cosas y de la vida. Miserias que no sólo dejan cicatrices en nuestras almas, sino que si las aceptamos, nos hacen más fuertes y grandes.

Con envidiable dominio, Trueba recrea jergas futbolísticas –excelente retrato del mundo del deporte rey- y simula giros idiomáticos empleados por distintos inmigrantes que aparecen en la historia. La estructura de la novela, de tono coral con su estructura en cortos capítulos en los que se salta de un personaje a otro, juega con analepsis a través de las cuales revisa los mismos hechos desde distintos puntos de vista. Conmovedoras historias sobre la enfermedad, la condición del inmigrante y las ilusiones perdidas. Novela en la que Trueba, incluso, dominador de todos los resortes, se permite incluir un crimen para profundizar en la comedia negra.

Una de las novelas del año, de lectura ágil, que engancha al lector y que le invita, casi sin darse cuenta, a seguir con fruición a sus cuatro protagonistas hasta un final en el que la sonrisa de Sylvia se esboza mucho más madura y con esas primeras heridas vitales, que nos dejan esa sensación tan amarga que es la felicidad de sentirse vivo. Esperemos que Trueba no tarde nueve años para escribir su siguiente novela.