El manual de mi mente

El primero de los tres bloques está dedicado a su colección de tiras Todo está perdido, de estética retro y escatología sangrante, que se va moderando a medida que avanza la historia y el autor abandona un poco la improvisación para intentar atar, con acierto y tino, semejante “potpurrí” salvaje. Así, a la primigenia y deslavazada familia Pérez se le irá uniendo toda una colección de freaks, entre los que destacará Jehová, la vagina parlante, y Héctor, el vecino deforme. Salvajismo puro, emparentado espiritualmente con el amable Miguel Ángel Martín.
La parte central del viaje recoge las tiras de Mecanismo Blanco, serie que publicó el autor en la ya extinta El Víbora. Seguiremos las desventuras del neurocirujano Lázaro, un nerd a la altura de los personajes más dementes de Peter Bagge, en la que se introduce un costumbrismo que enriquece las historias de Alcázar. Aparece el color y los lápices se asientan y nos dan muestra de la madurez y del estilo propio e inimitable de Alcázar. Risas aseguradas y atención a esos extraterrestres que habitan en la nariz de uno de los personajes secundarios.
Y llegamos a la parte final del libro, la más extensa en número de páginas. Bajo el epígrafe Bolsas de basura perfumadas, se compilan una serie de historias y dibujos varios aparecidos en distintas publicaciones. A destacar, su particular visión sobre el cotidiano apocalipsis del trabajo reflejado en la historieta Uno, descífrelo; el homenaje a esos artesanos que dibujaron nuestra infancia en Estación de Curva o en la jocosa Pura Matemática, irónica explicación sobre el cierre de El Víbora.
Esperemos que Random House Mondadori se atreva próximamente con un libro igual de bonito dedicado a Miguel B. Núñez, la otra mitad de Humbert Humbert, y padre, junto a Alcázar y Brieva -que ya cuentan con sus propias recopilaciones- del emblemático Recto.
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