saga of a desperate southern gentleman

martes, junio 09, 2009

Yo maté a Adolf Hitler


Hay varios puntos de contacto en las obras del dibujante noruego Jason y el director finlandés Aki Kaurismäki. Predomina en ambos una predilección por la evocación a través del silencio y una querencia por la elipsis como motor en su narrativa. Existe también un placer inquietante por la perversión de los géneros para hablar de temas tan universales como la soledad y el amor. Ambos autores se mueven en un espectro de tonos apagados de luz que refuerzan sus historias de personajes que sufren serias dificultades para comunicarse con su entorno más próximo: sus seres queridos.

Yo maté a Adolf Hitler, publicado por Astiberri, es una nueva vuelta de tuerca en este sentido. El dibujante noruego afincado en Montpellier se sirve de la máquina del tiempo creada por un maestro de la literatura folletinesca decimonónica, H.G. Wells, para explicarnos una extraña relación de pareja a través de los años. El protagonista es un anodino asesino a sueldo berlinés que vive sumido en una rutina de lo más mundana, a pesar de su aparentemente excitante modo de vida. Ejecuta los encargos con el mismo espíritu funcionarial con el que se toma una cerveza en cualquier bar de Kreuzberg o se sienta ante el televisor tras una jornada de trabajo. Un día cualquiera le llega un encargo que se sale de la normalidad: viajar en el tiempo para asesinar al Führer antes de que emprenda sus locos planes de expansión por la vieja Europa. Servida la historia, empieza el embrollo de viajes temporales, más cercanos al realismo mágico que a la ciencia ficción más pura.

Jason consigue, una vez más, crear un escenario irreal para algo tan sencillo como una historia de amor que describe a través de unos diálogos en los que, como siempre en el autor, el silencio juega un papel fundamental. Son esas viñetas sin palabras las que nos sumergen en la emotividad de la historia con una efectividad aplastante, marca de la casa. Su aparente frialdad y distanciamiento, al igual que sucede con su vecino Kaurismäki, procura un efecto totalmente opuesto. No faltan tampoco esta vez, los personajes antropomórficos, la concepción clásica de la página y esos tonos planos de color que perturban al lector por la gran contradicción existente entre la aparente frialdad formal y la calidez discursiva e, incluso, el humor irónico que condimenta la historia. Un buen tebeo de uno de los grandes creadores europeos.