saga of a desperate southern gentleman

martes, junio 09, 2009

Catálogo de novedades Acme


“Quiero tratar de traer el componente visual de los cómics a un nivel de comprensión donde las palabras operen como conceptos visuales, donde uno pueda leer las imágenes en vez de simplemente mirarlas como si fueran ilustraciones” Chris Ware

El Catálogo de Novedades Acme, ejemplarmente editado por Random House, es uno de esos libros de inmenso placer estético y largo recorrido para el lector. Chris Ware es, desde hace unos años, el último de los grandes clásicos de la historieta. Su nombre debe figurar junto a los grandes creadores del arte secuencial: Jean Giraud, Will Eisner, George Herriman o Robert Crumb. El trazo meticuloso y mecánico de Ware nos adentra en un mundo nostálgico que se proyecta hacia un futuro aún por definir. Supongo que todo esto suena un poco críptico y pedante, pero recomiendo al despistado que lea estas líneas que se acerque a la librería más cercana y hojee detenidamente este libro. Notará como le queda el alma temblando ante el torrente de estímulos que emana de la obra del estadounidense desde cualquier rincón y detalle.

¿Qué contiene este libro? Sintéticamente es una recopilación de materiales que desde 1993 ha ido publicando Ware en su serie Acme Novely Library, ganadora de todos los galardones posibles. Encontraremos planchas del perezoso Quimby the Mouse, el patético Big Tex, el solitario explorador de mundos desolados Rocket Sam, el triste Rusty Brown y algunos Cuentos del Mañana. Acompañan estas historias toda una suerte de anuncios clasificados y comerciales marca de la casa. Y la tira de cómic más pequeña del mundo, una sucinta historia del arte, un fosforescente mapa celeste o unos recortables de papel con los que entretenerse.

¿Y este material es revolucionario? Sí, porque parte el autor de referencias clásicas de la prensa estadounidense de principios del siglo veinte; es decir, retoma el legado de los pioneros de la historieta –Winsor McCay, George Herriman, Frank King, Richard Felton Outcault-, para derribar todas las barreras formales que han asolado al cómic en los últimos años. Ware no se nutre del cine; el estadounidense afincado en Chicago retoma los experimentos formales de los padres de la narrativa gráfica para dotar al cómic de ese ritmo interno que le es propio y que no necesita de los planos cinematográficos, ni del tempo audiovisual para explicar sus historias. La página vuelve a erigirse, con Ware, en la unidad narrativa básica. Todo esto no es casual. Ware es hijo y nieto de periodistas y su carrera ha ido estrechamente ligada a diferentes cabeceras periodísticas, primero en Austin y, desde hace años, en el New City de Chicago. Sus primeras lecturas fueron las tiras diarias de Charles Schulz, que le impresionaron por la “intensidad de lo real” que transmitían.

¿Se acaba la revolución formal en el dibujo? En absoluto. Ware juega con formatos, tipografías, estilos, la publicidad de prensa, el dibujo técnico más puro e incluso con los publirreportajes para transmitir su mensaje. Recuerden en todo momento, que todo lo que encuentren en un tebeo de Ware está hecho a mano. Todo; desde el boceto de un robot a la última de las tipografías con las que compone una página de cartas al director.

¿Cuál es el mensaje de los cómics Acme? Ware nos adentra en un mundo oscuro, donde encontraremos el patetismo, los miedos, las fobias y las miserias que asolan al autor. Ware siempre ha jugado con los elementos autobiográficos en su obra. Él mismo es el protagonista de algunas de sus historias y lo habitual es que cualquier narración concluya con una confesión más o menos inmisericorde del autor apelando a la conmiseración del lector. Como bien recuerda Ana Merino, “hay en toda su obra un curioso tono confesional envuelto en un aliento autobiográfico que parece querer redimirlo de un lejano pero amargo sentimiento de culpa” (Chris Ware, la secuencia circular, Ed. Sins Entido, 2005). Contengan la respiración al leer pausadamente este muestrario, pues se sentirán amargamente desasosegados. Leer a Ware puede conllevar un estado de depresión considerable. Y es que el estadounidense tiene tanta imaginería visual como miseria humana.

Atesoren varias copias de este libro primorosamente editado por Random House. Recuerden que hay dos personas, María Eloy-García y Rocío de la Maya, maquetadora y traductora respectivamente, que han sufrido lo insufrible para regalarnos esta joya bibliográfica. Un sentido homenaje para ellas. Y lo de las varias copias es para ir regalándolas a lo largo del año a conocidos y familiares; se lo agradecerán o les estallará el cerebro al notar el veneno que se esconde bajo el envoltorio de un bombón bellamente envuelto. A pesar de sus ribetes dorados.

Gloria andrajosa


Veintidós años después, Neil Young regresó a Barcelona. Son muchos años de espera. Tiempo en el que el canadiense ha hecho amagos, bien sea en el Xacobeo junto a los Booker T & The MG’s, bien en el Espárrago Rock acompañado de los impertérritos Crazy Horse, o, el pasado año, en Madrid, en ese circo llamado Rock in Rio en el que brilló como le corresponde. Al fin, el 30 de mayo de 2009, Neil Young recaló en la ciudad condal para inaugurar su gira europea y saciar las ansias que teníamos miles de personas de ver a una leyenda viva de eso llamado rock. El solitario, uno de los padres del punk, del ruidismo, de la distorsión, el tipo que mejor cabalga sobre los solos de guitarra, el rey de Topanga, el loco enamorado, el norteño al que el aire ondea eternamente su melena lacia, cada vez más rala y escasa, mientras pisa uvas en el escenario; el grandioso, único e inigualable tío Neil se comió Barcelona y el festival que lo acogió, el moderno Primavera Sound, y sólo necesitó poco más de noventa minutos. No trajo a sus fieles escuderos, pero la banda que lo acompaña son viejos conocidos que saben como aturdir a la platea a base de rock bien engrasado. Para empezar el concierto, pepinazo con Mansion on the Hill, del excelente Ragged Glory; y, sin tiempo, para digerir, encadenó una secuencia de clásicos que tiran de espaldas hasta llegar al primer clímax fuerte de la noche, Cortez the Killer. Cito, y espero no dejarme ninguna: Hey Hey My My (Into the Black), Are you Ready for the Country?, Everybody Knows this is Nowhere, Pocahontas, Spirit Road y Cortez the Killer –estoy escribiendo la lista y no me puedo creer que sobreviviera a semejante sobredosis de himnos-. Pero ahí no paró el indio canadiense. Se arrancó con -olé los pocos pelos de tu melena- Cinnamon Girl, para después sentarse ante un viejo Hammond y mesmerizar a los más de 30.000 asistentes con la ecologista Mother Earth. Y que viejo se ve al hombre, pero con qué pasión es capaz de tocar aún The Needle and the Damage Done, Heart of Gold, Old Man, Unknown Legend y, para rematar el segundo bloque del concierto, Down by the River. Rabo, oreja y a salir a hombros de la plaza. Sin embargo, aún quedaba la parte final, el colofón, que lamentaremos siempre que fuera tan breve. Un Get Behind the Wheel, para recordar que presenta nuevos disco, Keep on Rockin’ in the Free World y versión de The Beatles, A Day in the Life, con el que ya caímos definitivamente rendidos ante semejante exhibición del más grande de los viejos roqueros; el único que ha andado firme desde los sesenta hasta la actualidad, más de cuarenta años, para plantarse un día cualquiera de mayo ante nuestras narices, arrancar un acorde a su atrotinada Gibson y recordarnos que sigue siendo el desgarbado canadiense de mirada limpia que cabalga las llanuras a lomos de un solo bien distorsionado de guitarra. Y eso no hay dinero con que pagarlo. Gracias Neil y vuelve pronto a Barcelona.

Lo que arraiga en el hueso


El placer de la exhaustividad. Robertson Davies, según Rodrigo Fresán, es el eslabón perdido entre Charles Dickens y John Irving. Es probable. Así lo demuestra, de nuevo, en Lo que arraiga en el hueso, segunda parte de la Trilogía de Cornish, con que nos deleita Libros del Asteroide este año 2009. El escritor canadiense se adentra, con su habitual erudición, en la biografía de Francis Cornish, el misterioso mecenas muerto en Ángeles Rebeldes. Si entonces, tres albaceas luchaban por hacerse con un manuscrito inédito de Rabelais, ahora la trama arranca con las tribulaciones del padre Darcourt, quien ha estado investigando con la intención de escribir la biografía de su amigo Cornish, pero no consigue averiguar nada sobre su infancia y formación. Y ello supone un grave problema, no sólo por el afán de exhaustividad del profesor, sino porque, como se insiste desde el título de la novela, “lo que arraiga en el hueso no se desprende de la carne”. Y la infancia de Cornish, en el remoto pueblo canadiense de Blairlogie, fue de todo, menos convencional.

Descuidado por sus padres, fue criado por sus abuelos y su beata tía abuela Mary Ben, quien le reconvirtió al catolicismo más ferviente. Mimado por la cocinera, iniciado en el dibujo un embalsamador y un viejo manual de caricaturas e impresionado y conmovido por el loco.

Como en los anteriores libros de Davies, son incontables los ingredientes eruditos combinados y ensamblados con inusitada naturalidad en la trama; además, y como es también habitual en el canadiense, todos y cada uno de sus personajes gozan de una profundidad que les dota de vida propia más allá de la historia a la que se constriñen. Tienen alma. Y ello no es tarea menor. Para adoptar el punto de vista que le interesa al autor, y adentrarse en el terreno omnipresente que le permita esa exhaustividad al narrar la vida de nuestro protagonista, Davies, rizando el rizo, cede la narración a un daimon, ser divino encargado de tejer sutilmente el destino de nuestro protagonista, y al ángel de la biografía, Zadkiel el menor.

Estos seres, aparte de explayarse en disputas teológicas, nos sumergen en las técnicas de restauración y nos conducen por la frágil frontera que separa el arte de la artesanía por un lado, y el engaño por otro; de las veleidades de la crítica, la honradez y falsedad de los artistas y la hipocresía política en la Europa de entreguerras. Esta conjunción de asuntos puede crear la falsa sensación a quien lea esta reseña de que se encuentra ante una espesa y críptica novela intelectual. Falso, la prosa de Davies es cristalina y diáfana, bien regada de ironía, exquisitamente clásica en su construcción y brillante en su ejecución. Vibren con el escritor canadiense, no se sentirán defraudados.

El borrón


Tom Neelly, pintor y animador estadounidense, debuta en el mundo del cómic con El Borrón (editado por La Cúpula), sugerente narración gráfica en la que el protagonista se enfrenta a una mutante mancha de tinta. El artista afincado en Los Ángeles dota de toda una serie de significados a esta mancha, origen del dibujo, para metaforizar sobre el proceso de creación, la capacidad constructora y destructora de nuestro subconsciente y la irracionalidad del amor. Sin dejar de lado lo sugerente del concepto, opta por abordar la historia desde una óptica más compleja, que transformará el enfrentamiento en una intrincada red de simbolismos.
Nelly opta en su debut por un estilo gráfico y narrativo deudor de los pioneros de la animación y de dibujantes como Floyd Gottfredson, que contrastará con la radicalidad experimental de su planteamiento, donde dibujo y mancha se enfrentarán en un remedo de síntesis de lo que es la vida real, la lucha entre el caos de lo desconocido y la rutina de lo establecido. Una tensión que se desarrollará desde una apariencia de simplicidad formal que esconde una reflexión profunda: Neely desarrolla un discurso que resume todas las dificultades, miedos y dudas del ser humano en una mancha, elemento discordante, caótico e imprevisible que reúne en su negritud todo aquello que desconocemos y rechazamos. Una incertidumbre que puede ser, también, germen de cambio e inflexión. A medida que vayan pasando las páginas comprenderemos que esa mancha simbólica del miedo puede esconder, simplemente, algo que no entendemos, una posibilidad que si es explorada puede ser el nacimiento de otro camino.
El atrevimiento de Neely es osado, animando al lector a una experiencia sensitiva más que narrativa. No hay prácticamente diálogos, sólo imágenes que llevarán al lector siempre de lo conocido a lo impredecible, a proponerle que encuentre en esa mancha su propia mancha, su propio pozo oscuro donde no se atreve a ahondar.
Un debut interesante, demoledor en algunos momentos, exquisito en sus referencias y que deja para el recuerdo una de las escenas más violentas del cómic.

Yo maté a Adolf Hitler


Hay varios puntos de contacto en las obras del dibujante noruego Jason y el director finlandés Aki Kaurismäki. Predomina en ambos una predilección por la evocación a través del silencio y una querencia por la elipsis como motor en su narrativa. Existe también un placer inquietante por la perversión de los géneros para hablar de temas tan universales como la soledad y el amor. Ambos autores se mueven en un espectro de tonos apagados de luz que refuerzan sus historias de personajes que sufren serias dificultades para comunicarse con su entorno más próximo: sus seres queridos.

Yo maté a Adolf Hitler, publicado por Astiberri, es una nueva vuelta de tuerca en este sentido. El dibujante noruego afincado en Montpellier se sirve de la máquina del tiempo creada por un maestro de la literatura folletinesca decimonónica, H.G. Wells, para explicarnos una extraña relación de pareja a través de los años. El protagonista es un anodino asesino a sueldo berlinés que vive sumido en una rutina de lo más mundana, a pesar de su aparentemente excitante modo de vida. Ejecuta los encargos con el mismo espíritu funcionarial con el que se toma una cerveza en cualquier bar de Kreuzberg o se sienta ante el televisor tras una jornada de trabajo. Un día cualquiera le llega un encargo que se sale de la normalidad: viajar en el tiempo para asesinar al Führer antes de que emprenda sus locos planes de expansión por la vieja Europa. Servida la historia, empieza el embrollo de viajes temporales, más cercanos al realismo mágico que a la ciencia ficción más pura.

Jason consigue, una vez más, crear un escenario irreal para algo tan sencillo como una historia de amor que describe a través de unos diálogos en los que, como siempre en el autor, el silencio juega un papel fundamental. Son esas viñetas sin palabras las que nos sumergen en la emotividad de la historia con una efectividad aplastante, marca de la casa. Su aparente frialdad y distanciamiento, al igual que sucede con su vecino Kaurismäki, procura un efecto totalmente opuesto. No faltan tampoco esta vez, los personajes antropomórficos, la concepción clásica de la página y esos tonos planos de color que perturban al lector por la gran contradicción existente entre la aparente frialdad formal y la calidez discursiva e, incluso, el humor irónico que condimenta la historia. Un buen tebeo de uno de los grandes creadores europeos.

Adiós, hasta mañana


“Los demás ven en ella un halo de tristeza, como si viviera demasiado
anclada en el pasado o esperase de la vida más de lo razonable”.
William Maxwell


Adiós, hasta mañana es la novela de madurez de William Maxwell, editor de ficción durante más de 40 años de The New Yorker, mentor de las carreras de John Updike y John Cheever, entre otros. La prosa de Maxwell, poco conocido por el público pero altamente estimado por sus colegas, es cristalina, pulcra y clara. Eso no implica que el armazón narrativo de esta novela breve sea simple en absoluto. El estadounidense disecciona con maestría un crimen del pasado para explorar las fuerzas que nos empujan a examinar nuestro pasado. Y con un perfecto dominio de los puntos de vista, se adentra en las motivaciones íntimas que desencadenaron la tragedia en una aislada granja de Lincoln, Illinois.
El narrador de la novela recuerda mucho a William Maxwell, con quién comparte datos biográficos que ya aparecen en su novela Vinieron como golondrinas –la muerte de su madre a consecuencia de la epidemia de gripe española, el padre distante o el hermano mayor con una pierna ortopédica-. Este narrador tiene en su infancia un amigo, Cletus, hijo de Clarence Smith, quién asesina al que fue su mejor amigo y vecino, Lloyd Wilson. El crimen cometido por el padre de Cletus conlleva que los dos amigos se distancien. Los remordimientos acosan al narrador durante años por darle la espalda a su amigo cuando éste más le necesitaba.
Son esos remordimientos los que, cuando es ya un hombre maduro, llevan al narrador a reconstruir lo que sucedió aquella mañana en la granja, y los hechos que condujeron a ello. Lo hace para tratar de comprender cómo se sintió entonces su amigo, para compartir su dolor y -aunque Cletus nunca lo sepa- para encontrar el perdón.
Tragedia marcada por la amistad, más bien, el fin de ella. Víctima y asesino también fueron durante años casi como hermanos. Se ayudaban a labrar las tierras o en los partos de sus reses. Sus mujeres se hacían favores y sus hijos jugaban juntos. Cuando la amistad se desmorona, se hunde también la vida de ambos. Maxwell narra sin artificios estilísticos esta íntima desgracia de dos personas que fueron amigos, y que, precisamente por ello, llegan a tal situación en que el desenlace conlleva la violencia. Con un perfecto dominio del tiempo narrativo, el escritor estadounidense crea una de esas joyas oscuras de la literatura.
Adiós, hasta mañana le valió a Maxwell el American Book Adward en 1980 y está considerada como su mejor novela. Son también muy recomendables las otras dos novelas publicadas también por Libros del Asteroide: Vinieron como golondrinas y La hoja plegada.

Macanudo 3



- ¿Qué hacés Enriqueta?
- Me gusta mirar mi biblioteca. Está llena de universos.
Ricardo Liniers

El universo de Liniers está dominado por un surrealismo falsamente infantil. La candidez de sus pingüinos, gnomos y de Enriqueta, su gato Fellini y su oso de peluche Madariaga enmascara un mensaje altamente subversivo: por su apelación total a la imaginación; antisistema en tanto prescinde totalmente de los tan denostados valores del mercado. El trazo agradable del dibujante argentino, el discurso naif de gran parte de sus tiras, la humanidad que respira cada uno de los personajes, los homenajes que enriquecen sus gags, la explotación de recursos que obtiene de un recurso tan limitado aparentemente como es la tira diaria de prensa, colocan las viñetas que conforman Macanudo en el olimpo de las creaciones humorísticas para la prensa diaria. Cetro que ostentan títulos tan universalmente admirados como: Peanuts, Calvin & Hobbes o Mafalda.

Fontanarrosa ya nos advierte en el prólogo de este tercer volumen que recopila las tiras diarias que andemos con cuidado con Liniers y su “ingenuidad del león que se morfa –come- una gacela”. Si todavía no conocen la rica creación de este joven argentino, háganse un favor: vayan a la librería más cercana y ojeen cualquiera de los tres tomos publicados por Mondadori en nuestro país. Descubran el misterio con el misteriosos hombre de negro, aprendan de las costumbres raras de los pingüinos, conozcan la realidad cotidiana de Picasso, deléitense con la vida en pareja de Lorenzo y Teresita, sufran por las terribles desventuras de Oliverio la aceituna, sorpréndanse con las reflexiones del señor que traduce los nombres de las películas y lloren por la tristeza de Z-25, el robot sensible. Vuélvanse unos macanudos y verán como la vida adquiere ciertos tonos más vivos; son los colores que pueblan los fértiles universos de Liniers.