saga of a desperate southern gentleman

jueves, octubre 16, 2008

Arrugas



En la portada de Arrugas (Astiberri, 2008) vemos a unos abuelos emprender viaje en tren, metáfora del camino que nos espera al final de nuestras vidas. Pero esta obra de Paco Roca no sólo se centra en la vejez, que también, sino en algo mucho más penoso y lúgubre, el alzheimer, enfermedad temible en la que nos adentramos inexorablemente a una pérdida de identidad para dolor de los que rodean al enfermo y para angustia del propio afectado al ser consciente de la implacabilidad de su destino.

Roca ha evolucionado muchísimo desde aquella primera historia en la que se encargó del guión y del dibujo, en El juego lúgubre (La Cúpula, 2001), sobre un joven Dalí desbordando locura en Cadaqués. Lo demuestra sobradamente en Arrugas, publicada primeramente por la editorial francesa Delcourt y premiada este año en el “Saló Internacional del Còmic de Barcelona” con el premio al mejor guión y a la mejor obra de autor español.

El protagonista de nuestra historia es Emilio, un jubilado oficinista de banco que se ha convertido en una carga para sus hijos y que acaba en una residencia para la tercera edad. Entrará en contacto con un variopinto grupo de “aparcados” como él, con los que se verá compelido a compartir su enfermedad. Pero Roca adopta un discurso que huye del drama para adentrarse en la comedia con ternura, salpimentada con la realidad en las justas dosis para llevar el relato a un nivel de interés sublime. Anécdotas del día a día en la residencia como el bingo, las siestas eternas, las clases de gimnasia, las escapadas furtivas a lo campamento juvenil, y las estancias prohibidas, dan un tono acertadamente ligero para hacer digerible el relato sobre esta enfermedad. Son escenas apenas esbozadas, que denotan un excelente dominio del tempo narrativo “menos es más”.

Una apuesta por la discreción en la que destella sobre la enfermedad un bellísimo discurso sobre la amistad y el apoyo que es capaz de brindar el ser humano, aún en las situaciones más extremas. Es esa ligereza que transpira la narración, el arma que usa el autor para golpearnos duramente a los lectores y dejarnos desnudos y desarmados ante el desgarro que asola a Emilio, al entender que está condenado a diluirse y desaparecer dentro su propio cerebro.

Formalmente, Roca demuestra una madurez envidiable con un ejemplar manejo del encuadre y la elipsis, de la transición de los planos subjetivos a la realidad (sublime el paso del tren a la butaca de la residencia). Se tiene la sensación de que no falta ni sobra ninguna viñeta, y el uso del color, esos tonos otoñales y apagados, engrandece su pluma limpia y estilizada. En definitiva, una obra que merece mil recomendaciones. Astiberri, como siempre, se ha encargado de editar el libro de forma primorosa.

Shortcomings

Mantengo fresco mi primer encuentro con Adrian Tomine, allá a mediados de los noventa, en esos tebeos de 32 páginas que compilaban las historias cortas del estadounidense bajo el nombre de Sonámbulo, editados por la defenestrada “La Factoría de Ideas”. Su dibujo claro y estilizado, su narrativa clara, y sus historias íntimas desprendían un aire a lo Raymond Carver realmente fresco para aquella época.

En este año, 2008, en un mercado atestado de novedades que abarca todos los estilos y tendencias, Tomine no tiene ningún problema en descollar por su calidad. Mantiene su calidad narrativa y gráfica, pero algo se ha perdido en este Shortcomings, cuidadosamente editado por Random House, porque tengo la sensación de que el americano se ha dejado llevar y ha adoptado un tono más hollywoodiense que lo ha alejado de la realidad más cruda. Y resulta lastimoso, pues ésta es su primera historia larga y, formalmente, es mucho más que correcta.

Sin embargo, el dibujante californiano ha desertado de ese discurso que le era propio, esa suerte de naturalismo triste, para adoptar un tono aparentemente más cosmopolita y del gusto de un público más amplio, cercano al Daniel Clowes de Ghost World o a un Woody Allen descafeinado, sin gracia y de poca acidez. La soledad, que era elemento central en la obra primeriza del autor, sigue ahí, pero donde antes predominaban los silencios y las elipsis que sugerían y enriquecían sobremanera sus historias, ahora prevalecen unos diálogos desvergonzados que ahogan la sugerencia y no dejan espacio al lector para llenar de significado la historia.

Y Tomine se adentra en una reflexión sobre el amor interracial en la sociedad del siglo XXI, enfrentada a la tradicionalista América profunda que subsiste. Un tema que, en principio, invita a una gustosa lectura. Sin embargo, el autor no adopta un enfoque original, ya que el personaje principal, Ben Tanaka podría ser el protagonista de cualquier serie de televisión de éxito para adolescentes con inquietudes, y su amiga Alice, parece una secundaria de la adaptación cinematográfica de Ghost World. Eso sí, el libro está narrado con eficacia porque Tomine es un maestro en ello.

Ese autor que exploraba como nadie la excepción dentro de la monotonía, que nos hablaba de vidas grises que deambulan fuera de plano, se entrega ahora a tratar el amor post adolescente en los tiempos del iPod, cronificado desde una perspectiva urbana multirracial donde, por supuesto, el protagonista tendrá amigos homosexuales que se convertirán en sus confesores. Un relato que viniendo de la pluma de Tomine se antoja impostado y artificial. No obstante, Shortcomings es una lectura recomendable para el profano, que encontrará referentes comunes a otros medios y en el que destacan con fuerza los brillantes diálogos y la descripción y reflexión sobre la obsesión racial.

martes, octubre 14, 2008

Postales de invierno


Postales de Invierno salió publicada en 1976. Su autora, Ann Beattie, entró arrollando en el panorama literario con esta sencilla historia que narra la vida de un grupo de veinteañeros de clase media en la capital estadounidense –nunca citada, en la novela- en los últimos días de 1975. Habla Rodrigo Fresán en el prólogo de esta edición de Libros del Asteroide de una novela generacional. La novela retrata la juventud que siguió a la generación de los sesenta, la que tomó el relevo al hipismo. No obstante, llama la atención la capacidad del texto por mantenerse de actualidad 32 años después de su publicación. Uno de los elementos que mantienen la frescura de la novela es el trasfondo de depresión económica y crisis existencial que acecha a los protagonistas, situación que se antoja sumamente actual con la crisis económica en ciernes. El segundo de los elementos, es el acierto de la autora al pivotar toda la acción de la novela alrededor de los personajes y sus cinematográficos diálogos, situándonos en ese género tan en boga en el mundo del cómic como es la tranche de vie.

Beattie escribió la novela en la convalecencia de una gripe que duró tres semanas. En tan sólo 21 días, esta escritora bregada especialmente en el relato breve, desarrolló la historia y se notó que tenía una novela entre manos. La apuesta fue arriesgada al partir de estos cimientos imprecisos, pero salió airosa del trance. Sobre todo por la naturalidad que desprende la novela, y por el fenomenal retrato que hace la autora del género masculino. El protagonista de la historia es Charles, licenciado de 27 años que trabaja como funcionario y está enamorado de Laura, una mujer casada. Su círculo social se reduce a Sam (compañero eternamente en paro), su madre Clara (una mujer que arrastra su depresión por hospitales y bañeras), su hermana Susan (pragmática estudiante de enfermería), y el marido de su madre, Pete (alcohólico y amante de la cera abrillantadora de coche Turtle). Por este escenario desfilará también Pamela, ex novia de Charles que ocasionalmente disfruta del lesbianismo.

La virtud del desarrollo de la historia, su gran capacidad para epatar al lector en el uso agilísimo del diálogo, capaz de esbozar una sonrisa por penosa que sea la situación. Esa ambigüedad ha llevado a la crítica a dividirse en la opinión sobre si nos encontramos ante un drama o una comedia agridulce. El final abierto, perfectamente ejecutado, refuerza esta sensación. El uso de la tercera persona y las divagaciones, así como las descripciones de comidas y entornos refuerzan esta sensación de realidad seca e inmisericorde. Y otro punto que mantiene en boga la novela, es el uso de la música. En el prólogo se nos recuerda que es una de las primeras novelas con banda sonora. De hecho, se puede visitar el myspace de la obra para escuchar a Dylan, Joplin, Lennon y el resto de músicos que suenan en la radio del coche de Charles. Este uso innovador de la música será un recurso que después ha usado gente como Bret Easton Ellis, Richard Ford o Jonathan Frazen.

Y una idea que ha ido revoloteando durante toda la novela: la sensación de que Charles y sus amigos no son más que Carlitos y la pandilla de Peanuts, la gran tira de Charles Schulz, unos años después, ya crecidos, arrastrando su “angst” (angustia) vital por las decadentes calles estadounidenses, empapados de prozak y cerveza Duff.

A Beattie se le ha comparado con Salinger, John Updike y John Cheever, y coincidió en el tiempo con el auge del enorme Raymond Carver, con quién comparte esa cotidianidad mínima y desencantada. Libros del Asteroide irá publicando próximamente el resto de la obra de esta interesante escritora estadounidense.

Dietario voluble

“No hago más que luchar siempre con la tensión entre ficción y realidad para alcanzar la verdad”
Enrique Vila-Matas, Dietario Voluble (2008)

Últimamente me supongo al autor de este Dietario Voluble sentado en un viejo escritorio encarado al ventanal de un luminoso y elegante piso, ya con el tiempo marcado en sus espacios, de esos que pueblan el ensanche barcelonés, con ese aspecto de viejo dandi que sobrevivió y aquí sigue, vistiendo unos ridículos pantalones cortos de colegial para un hombre que ya se adentra en los sesenta, maldiciendo el maldito destino que trae hordas de turistas imberbes a esta antigua ciudad layetana, tan provinciana bajo su maquillaje cosmopolita. Y escribiendo y leyendo, leyendo a esos autores que se suceden en sus entradas de este dietario, Kafka, Borges, Sebald, Julien Gracq y Magris, sobre todo Claudio Magris. Y anotando en una libreta refinadamente dejada en un rincón de la mesa: “Día completamente normal”. Entrando en calor en su mundo de realidad ficcionalizada, donde tan cómodamente se acopla el género ensayístico y la prosa autobiográfica.

La volubilidad recogida en este libro de Anagrama acopia una selección de entradas del dietario que el escritor barcelonés anota de forma ininterrumpida desde 1963, cuando era aún un mochuelo de 14 años con ganas de tocar la guitarra en una banda de pop, y que en el libro se centra en el período 2005-2008. Muchas de estas entradas ya han sido previamente publicadas en la edición dominical del diario El País en Cataluña. Sin embargo, contamos con numerosas entradas que permanecían inéditas y que conforman un tapiz gratamente sugerente.

A lo largo de estos tres años aquí escogidos hay un corpus que corta transversalmente esta colección de reflexiones. La grave enfermedad que afectó al escritor en 2006 y la nueva vida que se le presentó al sobrevivirla. Ese renacer abstemio y esos días extras encontrados y saboreados, bien sea a bordo de un avión camino de uno de sus constantes desplazamientos para asistir a una presentación de un libro, una charla sobre literatura o un encuentro con alguno de sus colegas; bien sea en la cotidiana vida de barrio que nutre su día a día. Encontramos en las entradas del dietario cambiante, mucha lectura y literatura (“Busco el recogimiento, porque suele ser más interesante la literatura que la vida. No sé si es paradójico, pero me gusta muchísimo la vida porque, digan lo que digan, se parece a una gran novela”), pero también cotidianidad sencilla aunque honda en su sentido. Y ahí coincidiremos con el autor en denostar esta ciudad condal vestida de puta vieja para atraer a hordas de turistas que observan nuestro ir y venir como retratando a chimpancés en el zoo. Y jugaremos con él en planear un exilio forzado a París para sentir nostalgia de Nueva York.

De golpe puede aparecer una hermosa y vibrante meditación sobre el sentimiento de la ofensa a propósito de unas páginas de Coetzee sobre la censura, y al poco, el elogio de la cita de la mano de Fernando Savater, un retrato sobre Pau Riba, un comentario laudatorio para La Vida de los Otros o una sesión de fotos con Isaki Lacuesta, emulando al esquivo Arthur Cravan. Vila-Matas demuestra de nuevo que es un maestro en la mezcla de realidad y ficción, usando la primera persona para diluir la frontera que separa la verdad referencial de la imaginaria y adentrándose en el desdibujado territorio donde nace la literatura. Citando a uno de sus autores mencionados, Jules Renard, “uno se cansa de escribir bien”, pero no se cansa de leer lo bien que escribe Vila-Matas.

Un hombre en la oscuridad

August Brill es un retirado articulista que se recupera de un accidente de tráfico en casa de su hija en Vermont. August no puede dormir y, cuando llega la noche, inventa historias. En una de ellas, Owen Brick, un joven mago, aparece en un Estados Unidos sumido en una guerra civil. En esta realidad, los atentados del 11 de septiembre y la guerra de Irak no han ocurrido. Sin embargo, los estados que conforman su país están sumidos en una confrontación fraticida que dura ya varios años. Él ha sido elegido para acabar con la vida del causante de esta guerra: August Brill, un hombre que padece insomnio y que se dedica a inventar mundos cuando su vida se sumerge en la oscuridad.

Éste es el punto de partida de la última novela de Paul Auster, Un hombre en la oscuridad, novela que vuelve a jugar con la meta ficción, el azar y el desahucio sentimental de los personajes para tratar de la política americana actual y, de nuevo y sobre todo, de los amores, secretos y traiciones que esculpen la cualidad de la belleza humana.

“En uno u otro momento, toda familia vive acontecimientos extraordinarios: crímenes horrendos, inundaciones y terremotos, accidentes extraños, milagrosos golpes de suerte, y no hay una familia en el mundo sin secretos ni esqueletos, baúles llenos de hechos ocultos que dejarían boquiabierto a cualquiera en caso de que se levantara la tapa”. Así reflexiona Brill, el protagonista de esta novela, durante su búsqueda de la redención que busca para alejar las culpas que sobrelleva en su ya cansada espalda. Es este íntimo relato, el que deslumbra en esta ficción de lectura ágil y perfectamente engrasada para conducir al lector a lo largo de sus páginas, dispuesto a quedar atrapado en sus vueltas y espejismos. Quiebros que pueden hacerse de difícil digestión para el lector y levantar suspicacias al temer que ciertos cambios en la historia de Auster respondan más a la desgana del autor que a una voluntad de dotar de mayor contenido a la narración.

No obstante, es en esos micro relatos e historias breves que abundan en la novela donde nos reencontraremos con la pluma elegante de Auster. En esas vibrantes reflexiones acerca de Ladrón de Bicicletas, de Vittorio de Sica, o Cuentos de Tokio, de Ozu; en esa espeluznante observación de la muerte cruel del novio de la nieta del protagonista en Irak; o en los secretos que esconden parientes a los que el azar convierte en actos milagrosos con el discurrir del tiempo.

A diferencia de su fallida faceta como cineasta, el Auster escritor trabaja con la pasión y la minuciosidad del orfebre el material previamente trazado por Kafka y Borges para, apoyándose en las teorías de Giardino Bruno y la distopía propia de la ciencia ficción del siglo XX, rescribir sobre su gran tema: el fino velo del azar y la levedad con que separa lo imaginario de lo real. Puede que no sea una de sus mejores novelas, pero, sin duda, Un hombre en la oscuridad, tiene destellos del mejor Auster.

Tom Waits: Conversaciones, entrevistas y opiniones

Hay pocas voces que suenen a sirena abollada, a sierra rota, al aullido de un lobo viejo. Tom Waits es una de ellas y, quizás, más (re)conocida que la de algunos de sus maestros en el arte del grito seco como Captain Beefheart o el inconmensurable Howlin’ Wolf. En el libro Tom Waits: Conversaciones, entrevistas y opiniones (Global Rhythm, 2007), antología de textos y entrevistas sobre el artista recopiladas por el periodista estadounidense Mac Montandon y que abarcan sus 35 años de carrera, comeremos y beberemos en innumerables barras de bar decadentes junto a Waits, siempre con respuestas desconcertantes e historias irreverentes y surrealistas a disposición del interlocutor/lector. Desde sus inicios como “crooner beat” y poeta en la estela de Bukowski, hasta su consagración definitiva como bluesman marciano y creador experimental reverenciado por un sinfín de colegas de la profesión, Waits se ha mantenido firme en ese humor grotesco con una sátira falsamente inocente que protege la intimidad de la persona de los focos permanentemente centrados en el músico.

Los textos recopilados en este notable libro reinciden en un imaginario común, la voz, la actitud, el amor y la creación. Waits, el actor, el “freak”, en múltiples películas de Coppola y Jarmusch, siempre tiene alguna frase memorable para el público. En las casi 400 páginas del libro las hay de sobra. Y también abundan los tópicos en los que caemos todos alguna vez para describir con cuatro trazos al bardo de California. Como en toda antología, hay momentos álgidos junto a otros más funcionariales. De todos modos, la colección mantiene un nivel notable de calidad. Aparte de las conversaciones con Jim Jarmusch y Elvis Costello, destacar las reseñas de David Fricke y Luc Sante, el artículo de Robert Sabbag, y el dadaísmo del Cuestionario de Proust publicado por Vanity Fair en el año 2004.

Ideal para leer mientras uno se refresca o se inicia en su discografía, y para ir preparandose para sus primeros conciertos en nuestro país (¡al fin!) y, ya, a la vuelta de la esquina. Waits, junto a Bob Dylan y Neil Young conforman una extraña trinidad por encima del bien y del mal, únicos e inclasificables en estilo. La casualidad nos ha traído a nuestro país, y en menos de un mes, a este trío, aunque cada uno por su lado. Imperdonable no disfrutarlos, aunque sea en lecturas como en esta notable recopilación sobre Tom Waits. Por cierto, Global Rythm acaba de editar una recopilación de históricas entrevistas a Dylan, e Ignacio Juliá, traductor de la antología de Waits, es autor de uno de los mejores libros sobre el canadiense Neil Young. Más que casualidades, son sinérgicas coincidencias de alto calado. Calidad y creatividad a raudales.

El hombre perro

Una pequeña editorial, Libros del Asteroide, está rescatando para el lector una serie de obras que permanecían inéditas en nuestro país. El hombre perro del israelí Yoram Kaniuk es una de ellas. Y es una de las más bellas novelas sobre el Holocausto jamás escritas.

La novela nos sitúa en un psiquiátrico en mitad del desierto del Néguev que acoge supervivientes de los campos de exterminio nazi. Nuestro protagonista es Adan Stein, un famoso payaso judío que sobrevive a los campos de concentración gracias al comandante Klein (pequeño), quien le reconoce y le mantiene con vida a cambio de que sea su perro y entretenga a los prisioneros cuando éstos estén de camino a las cámaras de gas. Durante el encierro, Stein divertirá a su esposa y a su hija, camino de su final. Después enloquecerá. Víctima de la “civilización europea en su apogeo”, Adan desafiará a las autoridades del hospital, al tiempo que lucha por comprender un mundo en el que la frágil línea que separa la cordura de la locura ha desaparecido.

Kaniuk, a lo largo de su novela, da voz a ese reguero de muerte procedente de Europa que llegó a Israel tras sobrevivir al infierno nazi. El exterminio de un pueblo a ritmo de cadena de montaje. Para darles voz, Kaniuk da a su personaje el nombre de Adan, el primer hombre que pobló la Tierra y que en hebreo significa hombre. Y este ser que encarna para Kaniuk la humanidad entera huye, en su locura, del victimismo y pone en suspenso la existencia de un Dios del pueblo judío, una divinidad que miró a otro lado mientras a sus hijos, los elegidos por él, eran exterminados en el corazón de Europa. Stein es un superviviente que lucha por comprender el sentido de este mundo en el que vive. Un carismático líder en el mundo de locos en el que se sitúa la acción de la novela. Un charlatán que embauca tanto a pacientes como a doctores. Un enfermo que seduce a bellas enfermeras de mármol y que ladra su humanidad desde los rincones del centro en el que está recluido.

Como un moderno Don Quijote, el loco Stein arrastrará en su camino a la redención a la fríamente hermosa enfermera Gina, su particular Dulcinea, a las iluminadas hermanas Schwester, que esperan en vano el nuevo advenimiento del Señor, al poético Doctor Gross (grande), un humanista que adora las charlas filosóficas con su paciente, su reverso al otro lado del espejo de la cordura. Y tocará con Miles Davis reencarnado y Arthur, el general exterminador, el portador de la llama purificadora, que intenta salvar las almas de los que ama echándolos al fuego. Y sanará con el también renacido David, rey de Israel, el niño perro, al que amará con toda su locura pese al odio que habita en sus entrañas. Será este amor entre dos desechos humanos, dos hombres perro, la curación para estos dos desahuciados, de los que nadie, ni doctores ni enfermos, esperan una mínima recuperación.

Amor por la humanidad, amor en la locura, amor después del terror del Holocausto, amor en la trastienda de una Israel que ansiaba héroes y no derrotados procedentes del infierno en la Tierra. Son numerosas, a lo largo del libro, las enumeraciones de reyes y antiguos patriarcas del pueblo judío, largas listas de presuntos héroes que palidecen ante estos locos supervivientes, los vivos que deben levantar a una Israel en permanente estado de Guerra.

Excelente novela sobre el Holocausto escrita por un ex soldado, nacido en Tel Aviv, que participó en la guerra de la Independencia formando parte del Palmaj, unidad de élite del ejército hebreo, aunque pronto cayó herido y no quiso jamás formar parte de la vida militar. Criado en la cultura sionista que abogaba por la creación de un estado israelí en territorio palestino, Kaniuk se exilió en Francia y después en Estados Unidos, donde se casó con una bailarina y donde se empapó de jazz y, es de suponer, de los movimientos artísticos de la época.

El hombre perro, escrito en 1968, baila a ritmo sincopado y exuda benzedrina y alucinógenos en todos y cada uno de sus párrafos. Kaniuk, imbuido de bebop y hermanado con la generación beat, emprende un viaje al centro de la locura, al centro mismo de lo humano, donde fluyen los pensamientos anárquicamente y la lucidez se deja entrever en breves destellos inconexos, anárquicamente ordenados. Una prosa que apela al subconsciente que se adentra en la locura para extraer humanidad en cada una de sus frases. No es una lectura fácil la de Kaniuk, excelentemente traducida por Raquel García Lozano.

Una torrente en prosa sostenido en una horrorosa imagen, un padre arrancando una sonrisa a una de sus hijas y a su esposa mientras están camino de las duchas para ser gaseadas. Una novela que escribe sobre el Holocausto con humor, un humor extremadamente cercano al horror, que congela la sonrisa en los labios, y que tardó años en ser comprendido. La novela fue ignorada y Kaniuk, pese a ser uno de los grandes escritores hebreos junto a Amos Oz y David Grossman, tuvo que escribir literatura infantil durante años para sobrevivir. Por suerte, la crítica y el público se volcó con la novela a principios de los ochenta después de una exitosa adaptación teatral. Paul Schrader, guionista de Taxi Driver y Toro Salvaje y director de la sublime Aflicción y American Gigoló, acaba de ultimar estos días la adaptación cinematográfica de la novela de Kaniuk, en la que trabajan Jeff Goldblum y William Dafoe. Una razón de más para leer esta magnífica novela, un nuevo descubrimiento para el lector, gentileza de Libros del Asteroide.

Clásicos Mad

Remontémonos hasta 1950, Estados Unidos. En unas oficinas de Nueva York, William Gaines edita un conjunto de títulos de tebeos de varias temáticas –terror, bélicos, ciencia ficción, suspense, western y crímenes- bajo el sello Entertaining Comics (E.C.). En nómina tiene a un grupo de dibujantes y guionistas jóvenes llamados a revolucionar el mundo del cómic estadounidense. Will Elder, Jack Davies, Wally Word, Berni Krigstein, John Severin, Al Feldstein o Harvey Kurtzman, entre otros. Este grupo rompió todos los límites de lo permitido hasta ese momento. Las historias que estos autores contaban eran retorcidas y salvajes, más cercanas a veces a series como The Twilight Zone o al género gore, (aún por llegar), que a lo que los lectores de tebeos estaban acostumbrados en la época, excepto honrosas y notables excepciones –The Spirit de Will Eisner o Plastic Man de Jack Cole, por ejemplo-.

En plena borrachera de éxito, Gaines intentó contentar a uno de sus últimos fichajes, Harvey Kurtzman, y le encargó una cabecera de humor. A finales de 1952 salía al mercado el primer número de MAD. Kurtzman se encargaba de los guiones y distintos dibujantes de la casa ilustraban las cuatro historias de ocho páginas que componían cada número de periodicidad bimensual. Las historias parodiaban de manera sangrante las historias de los distintos géneros que salían en las otras colecciones de la editorial. El “quid” era un humor insaciable y un ritmo trepidante con miles de detalles hilarantes en cada viñeta. Mofa bufa pura.

Bajo la afilada pluma de Kurtzman cayeron todos los iconos de la cultura popular de la época, a pesar de los problemas legales que podía acarrearles. Eso incluía desde superhéroes (Superman, Wonder Woman, Batman, Tarzan, Terry y los Piratas, Archie) a películas (De aquí a la Eternidad, Sólo ante el Peligro, Psicosis), pasando por clásicos de la literatura como El Cuervo de Edgar A. Poe, La Isla del Tesoro de R.L. Stevenson.

Paralelamente, Kurtzman empezó a dibujar una serie historias de una página tituladas Hey Look! También se encargaría de las portadas. A su vez, se uniría al equipo Basil Wolverton. La aventura duró 23 números, publicados entre 1952 y 1956, que han pasado a la historia del cómic estadounidense como el cenit del tebeo de humor y parodia. La cruzada moral ultraconservadora liderada por el psiquiatra Frederic Wertham llevó al cierre de todos los títulos de la editorial de Gaines. Wertham los acusaba de pervertir la inocencia de los niños y una comisión del Congreso de EEUU se encargó del resto. MAD adoptó a partir del número 24 el formato de revista para adultos, con Alfred E. Neuman, la mascota del niño pelirrojo pecoso como emblema. El título se basará en las parodias que inició Kurtzman, aunque la compenetración entre dibujo y guión no llegaría a las cotas de excelencia de los primeros números.

Es esta clásica etapa de MAD con Kurtzman como editor, la que se ha decidido a publicar este mismo año la división de cómics de PlanetadeAgostini. El lector debe hacer un esfuerzo por contextualizar históricamente estas historias durante la lectura. Es un título apropiado para amantes de la historia de la viñeta. Disfrutará con las plumas extremadamente dinámicas que ilustran estas socarronas parodias. La traducción está bastante esmerada. El formato elegido por la editorial, empero, impide disfrutar con plenitud los infinitos detalles que contienen las viñetas. Un fuerte tirón de orejas. Son dos tomos de muchas páginas a precio ridículo. Antología del humor gráfico.